No confíes en mi voz… a veces miente…Mírame a los ojos… ellos nunca engañan…Presta atención a mi letra… esa soy yo…

Diez de la mañana (Relato 2)

 


Hacía ya más de tres horas que había empezado a temblar. Desnuda ante su espejo se había mirado con ojos críticos y perversos. Todos y cada uno de sus complejos habían salido a la luz, multiplicados por cincuenta, llevados a un estado de exageración tal que no pudo más que bajar la mirada y resoplar con rabia y desesperación. Antes bonita y esbelta, con su piel de porcelana y unas curvas perfectas, pasatiempo de albañiles temerarios y provocadora de pasiones ocultas entre la población masculina en general. Ahora los vestigios de la edad y la fuerza de la gravedad empezaban a hacer mella en ella y, simplemente, en el momento actual, ni sabía como esconderlo, ni sabía como mejorarlo. Lo único que sabía es que se sentía horrible, había decidido convertir a su cuerpo en su peor enemigo y por más que intentara ser condescendiente no veía en él más que un puñado de carne sosa e indeseable. Avergonzada y resignada se fue hacia el armario… Qué narices se ponía. Miró, rebuscó, se probó, se quitó, volvió a buscar… Finalmente, no muy convencida, optó por una falda de gasa y una blusa escotada que cortaba la respiración. Tacones de aguja, como no. Ya para acabar se pintó con colores suaves y naturales, dejó su larga melena suelta y se perfumó con lavanda.
Ya en la oficina, con algún que otro café de más, empezó a trabajar, o a intentar hacerlo. Sus atisbos a la puerta de entrada y las inquietas miradas a su reloj eran continuos. No conseguía concentrarse. El teclado de su ordenador se había alzado contra ella y no le dejaba escribir ni una sola palabra coherente. La conexión a Internet estaba en huelga y ni siquiera le dejaba entrar en el buscador. ¡Que desastre! Cada vez estaba más nerviosa. Varias llamadas de teléfono la hicieron centrarse un poco y olvidar que, en breve, llegaría el momento más agridulce de su día.
Se acercaba la hora. Empezó a sudar. Su estado de inquietud se convirtió en histeria. Las manos le temblaban, esclava de su excitación, no tuvo otra que dejarse llevar por una hiperactividad compulsiva y descontrolada. Su corazón se había disparado y bombeaba fuerte y rápido. Ella ya no era ella. Su edad había retrocedido en el tiempo, mucho tiempo atrás.

Diez de la mañana

Él aparcaba su furgoneta a la entrada de la correduría de seguros. Como siempre, ya antes de salir del vehículo empezó a buscarla en la opacidad de la puerta de entrada. Vio a una mujer en la recepción, moviéndose de un lado para otro del mostrador, rápida y competente. Sólo podía ser ella… por favor, que fuera ella. En ese momento alguien salió del local, las puertas se abrieron y pudo comprobar que, efectivamente, era ella. Sonrió y bajó de la furgoneta. Cogió los giros postales de aquel día y se dispuso a entrar, no sin antes disfrutar de un pequeño momento para observarla, sin que aquella mujer a la que adoraba en silencio se diera cuenta de su presencia, ni del cariño y el ensueño con la que era capaz de mirarla.

Ahí estaba él. Dios mío, quería hacerse pequeñita y diminuta para que aquel hombre no alcanzara a ver el rubor que se había apoderado de sus mejillas. Soltó todos los documentos que tenía en las manos, no quería que él se diera cuenta de su temblor. Se sentó, bajó la cabeza e hizo como que trabajaba en el ordenador.

Finalmente, después de un momento eterno, él entró. Ambos se miraron a los ojos. Sonrisas encantadoras, dulces, llenas de luz... magia...

- Buenos días.
- Buenos días.
- Traigo estos giros, ¿me los firmas tú?
- Pues es que mi jefe quiere que te lleves unos paquetes y te los quiere entregar en persona. Espera, le aviso de que estás aquí.
- Muchas gracias.

Que bonita estaba hoy... Todos las mañanas esperaba con ansia aquel breve momento en que tan unido se sentía a ella. Si ella supiera...

Tan perfecto como siempre... Era incapaz de controlar la sensación de dulce tensión que le hacía sentir ese hombre. Si él supiera…

- Puedes pasar.
- Gracias de nuevo.

Había aprovechado el aviso de la llegada a su jefe para pedirle cinco minutos de descanso. Rebuscó en el bolso y entre temblores encontró el tabaco. Lo complicado iba a ser encenderse el cigarro. Salió a la calle y dejó las puertas abiertas. Entre las cristaleras vio como él le entregaba la correspondencia al gerente y esperaba a que se la firmara. Como siempre, levantó la mirada y le sonrió. Ella, por supuesto, le devolvió la sonrisa y le hizo un gesto cómplice de aburrimiento. Él le guiñó un ojo. Suspiró y disfrutó aquel momento.

Cuando recogió los paquetes salió y se dirigió a ella directamente. Todavía estaba en la calle, temblando de frío. Agradeció poder verla a la luz del día.

- Bueno, por hoy ya está. Mañana más. Que tengas un gran día.
- Muchas gracias, igualmente. Hasta mañana entonces.

Cuando él se fué hacia la furgoneta ella aprovechó para mirarlo sin que se diera cuenta. Empezó a sentirse triste y tonta por no ser capaz de entablar ni siquiera una pequeña conversación amistosa. Siempre era igual. Él llegaba, se sonreían, se buscaban entre miradas que siempre se encontraban, pero entre ellos no había ni un “¿Qué tal, cómo estás?” Lo había intentado mil veces, mil mañanas se había propuesto dar un pequeño paso e intentarlo, pero jamás lo conseguía. Le perdía la inseguridad, le podía el miedo. Conformista como era, se quedaba todos los días con aquellos diez minutos de feliz locura…

Él la miró por el retrovisor del coche que tenía estacionado enfrente. Sabía que lo estaba observando. Bajó la cara y sonrió. Simplemente pensó “Hasta mañana corazón”.



Me habría encantado hacer de esto un bello poema. Un poema que no entrara en tanto detalle, que simplemente hablara del sentimiento y lo explicara con la melodía con la que solo puede expresarse un verso. Me habría encantado, pero es que simplemente no sé. Eso se lo dejo a los entendidos, yo mejor me dedico a hacer lo que sé, como sé… Cada uno en su terreno, zapatero a tus zapatos… Aún así, habría sido bonito saber convertir prosa en poesía…

Carmen

2 bombillas encendidas:

neruda dijo...

!Qué bonito... es como el amor que se siente con 15 años, aunque creo que el amor siempre empieza así se tenga la edad que se tenga... tienes que escribir una segunda parte donde se encuentren, sería genial...

Carmen dijo...

Ay Neruda, es que yo para esto de la novela romántica no sirvo. Supongo que porque los hombres y yo nunca nos hemos puesto de acuerdo para sentir lo mismo al mismo tiempo. Tarde como siempre, que diría Ricardo Arjona. Así es que no puedo escribir sobre lo que no conozco.
Sí, lo que pretendo reflejar es un amor adolescente. Yo, con mis 35 añitos sigo viviéndolo así...

Respecto a tu comentario en la entrada anterior pues... es que eres un cielo!!
No te equivocas ni un poquito en mi descripción, solo que eso de dulce, muy dulce tiene algunos incisos. La vida me ha dado muchas patadas, COMO A TODOS, y, por purita supervivencia, he aprendido a esconder y a dosificar la dulzura. Sobre todo y ante todo, he aprendido a saber a quién se la puedo ofrecer y a quién no. ¿Has visto Narnia?, hay quien llego a llamarme Bruja Blanca.
Y sí, tu palito, UNA OBRA BENÉFICA PARA LA POSTERIDAD!!!

Un besazo